Albertina y el mar (de memes)
Por: Juan José Bedregal, economista
En los últimos días se ha desatado una polémica en torno a la tiktoker Albertina Sacaca y las tarifas que cobraría por publicidad en redes sociales. El mar de publicaciones y memes surgido desde entonces abriga mucha hipocresía y clasismo. Además, puede verse desde tres perspectivas: como producto del marketing de redes sociales, como evento sociológico y como hecho político. Vamos por partes.
Primeramente, en una dimensión de análisis económico, todo lo que hace el ser humano hoy en día se puede comerciar. Así funciona el mercado: todo lo que publicamos, hacemos y decimos en redes sociales, tiene un valor comercial.
Existen en internet una gran cantidad de herramientas gratuitas y de pago para estimar el valor publicitario de cualquier cuenta en una red social. Esta página tiene un valor comercial y el lector de estas líneas también lo tiene. No hay porqué sorprenderse por que los influencers moneticen el valor comercial de lo que hacen, al fin y al cabo para eso existen las redes sociales. Nunca fueron un medio de entretenimiento libre y gratuito; siempre fueron un mercado.
En segundo lugar, muchos usuarios mostraron molestia porque la cuenta de Albertina puede facturar más que lo que sus seguidores ganan en un mes, mientras por otro lado aplauden, admiran y siguen a modelos, presentadores y otro tipo de farándula en la TV y redes sociales.
El clasismo subyacente en muchos de estos posts ha revelado una suerte de indignación por el hecho de que la cuenta de una chica de origen quechua también cotice en redes sociales y termine valiendo más que lo que ellos hacen a diario.
En un contexto en el que la humildad también puede ser un bien transable, estos usuarios sienten que “se rompe la ilusión”, exigiendo indignados la devolución de las interacciones invertidas en Albertina y sus cuentas. Las redes no funcionan así; de acuerdo al algoritmo, mientras más se hable de Albertina (para bien o para mal), el valor comercial de sus cuentas crecerá aún más. Del otro lado de las formas están Anabel Angus o Ale Pinedo, cuyos contenidos en redes sociales personalmente me parecen basura; pero después de varios y mucho más sonados escándalos, siguen ahí cotizando y ganando dinero a costa de sus haters. Lo mismo va a ocurrir con Albertina.
Por último está la dimensión política del tema. La romantización de la pobreza es una herramienta más de desideologización y despolitización de la clase trabajadora. En este sentido, Albertina Sacaca es sólo un producto más, una marca creada por su “manager”, que no es ni pobre ni campesino. El manager de Albertina, Milton Paniagua, es un conocido operador de redes sociales al servicio de colectivos de clase media alta vinculados al golpe de Estado de 2019. En una visión más amplia, el producto llamado “Albertina Sacaca” contribuye a sostener el ideario del “indígena bueno” que se mantiene fuera del debate político, que no interpela ningún privilegio de las clases medias y altas que consumen ese producto, y que más bien se hace parte de ellas a través de una falsa meritocracia. Para muestra, basta con ver las participaciones de la influencer en la FEICOBOL de Cochabamba, en espacios exclusivos generalmente reservados a la crema y nata del jet set cochabambino.
Albertina representa, en esta dimensión, todo lo que el clasismo conservador urbano quisiera ver en los indígenas: folclore, ternura, sonrisas, sin rebeldía, sin cuestionar ni un poquito al sistema que hace que una chica quechua tenga más oportunidades haciendo vídeos en tiktok, que estudiando una carrera profesional.
A manera de corolario, el lector que llegue hasta aquí, si reacciona, comenta o comparte esta nota, debe tener en cuenta que está incrementado el valor comercial de Economía y Más en medio centavo más o menos. Así es, el mercado está presente incluso aquí, y todos somos productos desde que creamos una cuenta, nos guste o no.